domingo, 12 de octubre de 2014

afuera estaba él jugando un futbol. solo y dominguero. estaba la calle desierta. vacía parecía: con el ruido de los bichos de la tarde saturando el aire, el sol pegando duro en la vereda, enfrente apenas sombra;  él y el futbol solo contra la fachada de la casa de la abuela que dormía.  yo  miraba por la ventana desde adentro, fumándole los puchos y pensando que cuando bajara el sol iba a tener que salir a comprar otros. unos para él, otros para mí y otros para la abuela, muchos puchos, porque qué sabía si no se venía, o cuánto tiempo íbamos a esperar. porque el volcán humeaba y la tierra venía crujiendo los últimos días.
habíamos hablado de "los últimos días". estábamos pensando  un epitafio y nos dimos cuenta de que si el volcán entraba en erupción o si estallaba de alguna manera íbamos a quedar cremados y sepultados a la vez. y él me decía: a vos te parece venir a morirnos acá? y a mí me parecía que sí, que dentro de todo... pero él  decía que si hubiéramos estado en otro lado no hubiéramos muerto. y yo le dije que todavía no estábamos muertos. él se quedó callado
y ahí agarró el futbol y se fue a patear afuera . yo le dije que no pateara contra el portón porque la abuela dormía. y lo terrible es que me hizo caso, y solo hacía jueguitos. se escuchaba el ruido corto del aire de la pelota chocando contra su rodilla. se escuchaba como si fuera su concentración. yo le seguía la cuenta, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. era muy bueno. lo miraba… tan negro y flaco y despierto y me daba pena que fuera a morirse así. pero ya lo habían dicho en la tele y mientras los vecinos se iban a otras ciudades estaba la abuela que decía que no, que a dónde íbamos a ir. y la verdad es que a dónde íbamos a ir si no teníamos un peso ni a nadie en otro lado y estaba la abuela obstinadísima con que no podía ser que el volcán estuviera en actividad así mágicamente.
nosotros un poco confiábamos en ella. y desde su casa bajita lo que veíamos era el humo a la distancia saliendo del cráter. y veíamos que cada vez había menos autos. y que el cielo por momentos se llenaba de helicópteros.
él me pidió que no nos torturara con la radio. y la abuela tuvo un ataque de rabia a la hora de comer con el noticiero, así que no prendimos más la tele. porque queríamos estar bien. así que pensamos que era mentira. pero yo lo veía ahí afuera al sol, y veía el sol, la cuadra de sol, y la sombra, que iba extendiéndose con los minutos, y escuchaba a la abuela roncar la siesta y me parecía que escuchaba a los cigarros mientras me los fumaba, y me daba cuenta que no podía ser todo. ni tan mentira ni tan verdad. no podía ser. que otro verano así. sintiendo que iba a pasar algo, tratando de zafar y no, porque estábamos como fantasmas, cagados de calor, fumando, tomando cerveza sin charlar casi siempre, pidiéndonos silencio mutuamente todo el tiempo, y la gente del barrio yéndose. como si la abuela, él y yo estuviéramos copando el barrio. que se estaba haciendo nuestro mientras se hacía de nadie y se destinaba a la catástrofe. yo pensaba: cómo nadie vino a obligarnos? cómo no nos pasa igual que a lo locos o a los tercos que los sacan a la fuerza de algún sitio cuando corren peligro? , pero nosotros estábamos flotando en la pereza, sanos y salvos y bastante lúcidos. la abuela tenía suficiente fuerza como para fumarse todos esos cigarrillos también y leer como leía y hablar como hablaba y discutir todo. y también hubiera tenido fuerza para quedarse si la arrastraban y hubieran tenido que atarla y sedarla y ella hubiera gritado. los tres hubiéramos gritado, porque ya era una desición tomada quedarnos. yo lo veía así, pero tenía la esperanza, a veces, de que si el peligro era verdad alguien nos salvaría a tiempo, y también tenía la esperanza de que  fuera una  mentira y pensaba que ojalá fuera mentira mientras lo miraba a él esa tarde y escuchaba el motor de la heladera y todo estaba así de aparentemente quieto.
entonces le pegó un pelotazo al portón y le chisté. él dejó que la pelota volviera a sus pies y la levantó , se la apoyó en la cadera y me dijo qué querés que haga.
yo le hice señas para que se acercara y me senté en la ventana. estaba usando una taza de cenicero, él  la agarró por el asa, olió y miró el interior e hizo que el resto de té se removiera en el fondo. odio que hagas esto, me dijo. yo lo miré y vi arruguitas en su cara. pensé que estaba viejo. grande. y que al crecer se había puesto más seguro de sí mismo. le dije que la abuela dormía y me preguntó si yo me hacía o era pelotuda. le dije qué querés que haga. y me imitó: la abuela duerme.
la abuela duerme la abuela duerme . y seguió: me preguntó si había mirado el volcán. le dije que lo único que había visto era el humo.
¿no te acercaste nunca? .

¿ves este calor? dijo, y se pasó el dorso de la mano por la frente para mostrarme el sudor. "no es el verano".

¿qué decís? le dije, y me explicó que el magma estaría subiendo y que el calor del centro debía estar irradiándose por las calles. me dijo ¿no sentís olor a fuego en el aire?
yo pensé que estaba loco. pero casi automáticamente empecé a ser consciente del calor que hacía. me empezó a doler en la nariz como si fuera a sangrar. tuve la imagen mental de un chorro de sangre. sí, ya sé, no me siento bien, le dije y me dijo: tomá agua.
busqué agua en la heladera y fue un alivio. la cocina estaba fresca y más oscura. fue un placer descansar los ojos. reposé apoyada en la mesada, él se había quedado en el living. lo veía moverse como si estuviera revolviendo algo. ¿qué hacés? le pregunté, me dijo que yo tenía que ver el volcán. que podíamos verlo desde el puente de la estación, así que fuimos. en el camino él me empezó a contar teorías que tenía acerca de cómo podía terminarse todo. me dijo que pensaba que era fascinante que no hubiera manera de impedir que estallara y que también era importante cómo las personas se apuraban a irse para cuidar sus vidas.
subimos al puente y lo vimos. estaba lejos, pero el humo salía en esferas densas de gris oscuro y juraría que había un círculo rojo como el de un habano pitándose a lo lejos. sentí asco y el dolor antes de sangrar por la nariz. un chorro espeso del lado izquierdo. náuseas.
tarada, me dijo. y me apoyó la botella de agua en la nuca.

me bajó la presión- le dije. y me indicó que no pusiera la cabeza para atrás porque me iba a tragar toda la sangre. deseé estar por desmayarme pero en vez de eso estuve mareada un rato, fuerte, girando todo fuerte y paulatinamente más despacio hasta estabilizarme. él me abanicó con impaciencia y mientras me corría los pelos de la cara me preguntó qué esperaba sentir cuando el volcán estallara, y yo le dije que esta descompostura no era el miedo, era por el calor. ¿eso es mejor? me dijo.

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