--¿y eso qué es?--
Un hombre que iba desnudo se acercó al estanque y vio un piso
reluciente de azulejo celeste de baño, reflejos de hexágonos luminosos por el
agua y el sol.
Pareció que
las monedas estaban cerca, al
alcance de la mano.
Se inclinó y metió la mano en el
agua. Estaba tibia. Vio su cara de tonto que se desarmaba en piezas angulosas
sobre la superficie y se tentó de mojarse. Metió la punta de la nariz y se mojo
también los labios e hizo burbujas intencionales.
Recordó
que odiaba los juegos grupales de agua porque amaba estar solo, en el agua, a la hora de la siesta, y amaba el agua
casi quieta, perturbándose alrededor de su cuerpo sumergido, según cómo este se
moviera.
Experimentó la sensación de control e
ilusión.
Como no llegaba a tocar las monedas
con la punta de los dedos, arrodillado en tierra seca y firme, metió el brazo
hasta el hombro en el estanque. Se confundió un
poco porque aún no tocaba los azulejos y metió la cabeza para mirar. Las
monedas estaban allí, y eran más de las que él pensaba. Sacó la cabeza para
respirar y volvió a meterla.
Y sus dos brazos.
E intentó agarrar las monedas, removió el agua
y vio flotar cerca de él una cadenita de plata. Se le perdió en la espuma
blanca. Se metió más.
Hasta que más de la mitad de su
cuerpo estaba en el agua. Desde arriba uno lo hubiera visto partirse en dos,
refractarse como un sorbete en la gaseosa. Se metió más,
más, la pelvis los muslos las
rodillas los pies y nadó
Nadó nadó bajó e intentó llegar al fondo hasta que se quedó
sin aire y tuvo que subir de nuevo.
Cuando miró otra vez, en el
estanque habían pescaditos naranjas y transparentes. Se paró en el borde y de un clavado se estalló
la cabeza.
Aquí yace el cráneo soñador
entre anémonas y sapos.
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